Muriendo de Gripa
"A la hora de escribir estas líneas no estoy seguro de verlas publicadas y, peor aún, no se si se
trata de un escrito más para mi colección, de la introducción para mi testamento o de la última
página de la hermosa biografía que in memorian escribirá alguno de mis amigos sobre mi ejemplar
vida que, sin duda, será un precioso estímulo de superación para las nuevas generaciones."
Ayer vino a casa mi primo el cura, con todos sus
ropajes negros y después de un largo repaso a los
pecadillos de mi existencia me ungió con los Santos
Oleos.
El comienzo de este doloroso final tuvo su origen hace
algunos días mientras disfrutaba de un esplendoroso
día de sol. Yo me sentía divinamente y jamás hubiera
sospechado que la hora de la muerte estuviera tan
cerca y, mucho menos, que una tontería sería el origen
de tan cruel realidad.
Lo cierto es que había mucho calor -como siempre - y
comenzó a caer una suave brisa de agua y esas ganas
locas de salir a correr, de gritar, de abrir los
brazos , de poner mi rostro bajo la lluvia. Aquella
mezcla mortal fue la culpable de mi desdicha y aquí
estoy pagando las consecuencias. El doctor Vélez me
diagnosticó gripa. Así como suena: gripa, y me dijo
que para eso la ciencia no había encontrado aún
ninguna cura lo mismo que para el cáncer o el sida.
La dura noticia médica no me tomó totalmente por
sorpresa, pues ya sentía en mi interior los síntomas
de algo realmente grave: escalofríos, dolor en los
huesos, pesadez en los ojos, congestión, ronquera,
ardor en la garganta, tos, estornudos, taponamiento de
los oídos, asfixia, dolor de cabeza, fiebre, en fin,
todas las atrocidades que acompañan la fatal
enfermedad.
Decidí entonces dar la lucha para no dejarme morir y
hacer todo lo que me propusieran para amortiguar el
golpe. Agüitas de panela con limón, vaporizaciones,
manotadas de pastillas que llaman "matrimonios", baños
turcos y sauna, líquidos en cantidades industriales,
aspirinas, brandy con miel, toneladas de jugo de
naranja, sahumerios de eucalipto, vitamina C, aire
fresco, mascarillas con vick vaporub, todo, y aquí
estoy igual: muriendo de gripa y, lo que es peor,
agravado por una terrible indigestión a causa de tanta
pastilla, jarabe y menjurje.
En estas noches he visto repetidamente la pálida
figura de la muerte rondando mi cama y he reconocido
al diablo cada vez que me acerco el pañuelo a la
nariz. De igual forma, en la cabeza me zumban montones
de pitos que, estoy seguro, son los ángeles custodios,
miembros del coro celestial, que anuncian con sus
clarines el final de las horas terrenas.
Al tener tan cerca el momento del adiós debo confesar
que me llevo a la tumba el profundo dolor de haber
causado un gran sufrimiento y también la cercana
muerte de mi primo el cura y el doctor Veléz. Según
parece el terrible mal de la gripa es terriblemente
contagioso.