H o l a . . . !!  
Esta página esta dedicada especialmente para los buenos escritores que comparten con nosotros su talento e imaginación sutil. 

Luis Arturo Hernández

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D.F.
México 


Crónicas y Leyendas


Historias en el Metro


El Intruso


Doña Pachita, la del cuarto






CRÓNICAS Y LEYENDAS
es una publicación del Colectivo Memoria y Vida Cotidiana, A.C.
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A r t h u r B o y  

La Difunta

Foja #1 (uno)
Esa mañana, la respiración de Elisa se hacía más lenta, más pausada, conforme corrían los minutos. Alejandro Guevara, su padre, miraba con infinita tristeza cómo su hija de veinte años, se despedía poco a poco de la vida. El médico ya no daba esperanzas, decía que sólo un milagro podría salvarla, pues su cuerpo se negaba a seguir en este mundo.
Elisa entregó el alma en un prolongado suspiro, su pecho no volvió a levantarse y sus ojos se hundieron en el rostro pálido. Alejandro no pudo contener el sollozo que lo convulsionó. ¿Por qué a él? ¿Por qué a su hija, que era una muchacha buena, dulce, en la flor de la juventud? Se abrazó desesperado a María, la fiel sirvienta, buscando el consuelo para sobrevivir a una pena tan grande. Nunca como en esos momentos, añoro la presencia de Guadalupe, su esposa, la compañera devota que también se había ido de este mundo cinco años atrás. A pesar de sus cuarenta y cinco años, Alejandro se sentía viejo, cansado, el sufrimiento lo había rendido y dejado sin ilusiones.
El sol de abril recibió el ataúd de Elisa en el panteón Inglés. Los albores del siglo XX, recién estrenado, se cerraban para ella. Por supuesto que Alejandro estaba inconsolable, completamente abatido. En un postrer adiós, puso dentro de la caja un pequeño cofre con las alhajas preferidas de elisa; en sus manos de mármol, lucía una pulsera de oro y en uno de sus dedos, el anillo de brillantes que su padre le regalara al cumplir quince años. Parecía una princesa dormida.
En medio de abrazos, pésames y lágrimas, todos abandonaron el triste lugar. Alejandro caminaba con paso cansado, como si se resitiera a dejar el panteón, pero la tarde se ennegrecía y los muertos debían descansar.
La luna estaba en el centro de su recorrido cuando unas manos profanaron la tumba de Elisa. Eran Fabián y Eleuterio, los sepultureros, quienes abrieron la cripta y sacaron el ataúd sin ningún respeto.




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