Serpientes Gigantes


En las más espesas selvas de Sudamérica y África habitan unos seres terroríficos. Descomunales serpientes de veinte, treinta e incluso cuarenta metros han sido vistas por exploradores, militares y misioneros. ¿Se trata de supervivientes de especies gigantescas que se creían extinguidas hace millones de años? En marzo de 1947, una expedición brasileña del Servicio de Protección de los Indios se encontraba en una zona pantanosa entre los ríos Manso y Cristalino. De pronto, vieron una enorme serpiente dormida sobre la hierba y le dispararon varias veces hasta matarla. Según contó luego uno de los expedicionarios, el francés Serge Bonacase, el reptil medía nada menos que veintitrés metros.

ENGULLIDO POR UNA BOA
En el grupo había buenos conocedores de la fauna local, quienes llegaron a la conclusión de que se trataba, sin duda, de una anaconda. Lo insólito del caso es que el animal abatido era dos veces mayor que el ejemplar más grande del que se tienen noticias, que no llegó a alcanzar los diez metros de longitud. Este extraordinario encuentro no pasó a engrosar los libros de historia natural porque para los expedicionarios resultaba imposible transportar a pie, por la intrincada Selva, la piel o la cabeza de aquel gigantesco ofidio. Tampoco se realizaron fotos, pues el Servicio de Protección a los Indios había prohibido las cámaras fotográficas con el fin de no atemorizar a los indígenas, que en aquellas fechas habían matado a varios oficiales brasileños. Sí se consiguieron fotografías, en cambio, de dos monstruosas boas que una vez medidas alcanzaron los cuarenta metros de longitud. Ocurrió en 1953 en el Alto Amazonas, cuando una expedición organizada expresamente para acabar con eso dos monstruosos ofidios, que sembraban el terror en la región, consiguió localizarlas y abatirlas. Las fotografías obtenidas, que fueron publicadas en el diario El Mundo Argentino, mostraban a los cazadores detrás del cadáver de una de las serpientes, que era tan gruesa que les llegaba a la cintura. Eso suponía un tamaño tan enorme que la cabeza de uno de estos monstruos alcanzaría unas proporciones superiores al tamaño de un hombre.
Estos dos casos son sólo una muestra de los relatos que de tanto en tanto llegan desde la cuenca del Amazonas sobre la existencia de serpientes gigantescas. Estas criaturas pueden llegar en ocasiones a atacar y devorar a seres humanos, como ocurrió en agosto de 1988 en el estado brasileño de Rondonia. Según varios testigos presenciales, un niño de tres años llamado Daniel Menezes fue atacado y engullido por una boa gigante o sucuriju, que medía unos quince metros, más del doble de la longitud máxima registrada para estos reptiles.

EL MONSTRUO DEL AMAZONAS
Ya sean enormes anacondas o boas gigantes, las historias sobre la existencia de serpientes gigantes en el inmenso «infierno verde» de la cuenca del Amazonas vienen repitiéndose desde poco después de la llegada de los conquistadores y exploradores españoles y portugueses, pero hubo que esperar hasta el siglo XX para que se realizasen las primeras recopilaciones rigurosas de los encuentros con estas bestias. A finales de los años cuarenta, el director del zoológico de Hamburgo, Lorenz Hagenbeck, fue el primero que estudió a fondo este misterio, al conocer los extraordinarios encuentros que tuvo el sacerdote Víctor Heinz mientras recorría el río Amazonas en una canoa. El primero de ellos tuvo lugar el 22 de mayo de 1922, cerca de una población llamada Obidos, cuando a sólo treinta metros de distancia vio una enorme serpiente que se dejaba llevar por la corriente. La tripulación dejó de remar, temblando de miedo ante las enormes dimensiones del animal: «unos veinticinco metros de longitud y un grosor recuperaron el habla, me dijeron, asustados aún, que aquella serpiente nos hubiera aplastado como a una vulgar caja de cerillas a no ser por la feliz coincidencia de que en esos momentos se encontraba haciendo plácidamente la pesada digestión de algún buen banquete de peces».
Unos años después, el 29 de octubre de 1929, el religioso se topó de nuevo con otra serpiente gigante en el mismo río. Era cerca de medianoche cuando vio que sus remeros, aterrorizados, bogaban hacia la orilla gritando que había un enorme animal. «En ese momento vi que se removían las aguas como si estuviese pasando a nuestro lado un enorme barco de vapor y observé, a unos metros por encima del agua, dos luces verde azuladas parecidas a las luces de posición de un barco fluvial». Cuando intentó tranquilizar a sus hombres diciéndoles que se trataba de un buque y que apartasen la canoa de su trayectoria, éstos le respondieron que se trataba de una serpiente gigante.

RAFAGAS DE AMETRALLODORA
El padre Heinz se quedó petrificado por el terror al darse cuenta de que las luces eran dos ojos fosforescentes que se dirigían hacia su embarcación a una velocidad diez o quince veces mayor que la de una canoa. Cuando parecía que iba a embestirles, el monstruo esquivó la barca y vieron cómo se dirigía de nuevo al centro del río. En ese momento pudieron comparar el brillo fosforescente de sus ojos con el de una lámpara de petróleo que alguien agitaba al otro lado de la orilla. Era evidente que la luz que desprendían los ojos de ese ser era muy diferente a la de una lámpara. Más tarde, los habitantes de la zona le comentaron al religioso que en aquel río habitaba una sucuriju gigante. Apenas unos meses después.
En julio de 1930, el comerciante Reymondo Zima, que vivía en la pequeña población de Faro, a orillas del río Jamunda, se encontró con otro de estos enormes reptiles. Debía encontrarse herido, ya que sólo le brillaba un ojo en la oscuridad de la noche. Durante unos minutos interminables, la bestia estuvo rodeando a gran velocidad la embarcación del asustado comerciante, levantando unas olas tan grandes que estuvieron a punto de hacerla zozobrar pese a que medía trece metros de eslora. Años después, en 1948, un hombre llamado Pablo Tarvalho aseguró que una serpiente gigante había seguido a su lancha durante un tiempo. Según el testigo, la bestia, que había llegado a estar a menos de trescientos metros, tenía un tamaño fabuloso: ¡cincuenta metros!. En ocasiones, algunos osados observadores, venciendo el miedo, se han aproximado a estos reptiles quiméricos. El padre Protesius Frickel se encontraba predicando en una misión en las orillas del curso superior del río Trombetas y pudo ver la cabeza de una serpiente gigante reposando sobre la orilla. Haciendo acopio de un indudable valor, el sacerdote desembarcó a cierta distancia de la serpiente y se acercó cautelosamente hasta llegar a sólo «unos seis pasos» del animal, que estaba sumergido en el río. Sólo sobresalía del agua una pequeña parte del cuerpo y su cabeza, en la que se podían ver unos ojos «grandes como platos», según declaró el religioso. Interesado tanto por sus propias experiencias como por las historias que le llegaban de otros testigos, el padre Heinz, protagonista de los dos encuentros con estos monstruos en el río Amazonas, le envió al director del zoológico de Hamburgo el relato de sus observaciones junto a dos fotografías. Una había sido realizada en 1933, por funcionarios de la Comisión de Fronteras de Brasil, que afirmaban haber matado al animal con ráfagas de ametralladora. Según su testimonio, la bestia era tan grande (muy por encima de los nueve metros de longitud) que cuatro hombres no hubiesen podido cargar su cabeza, y destrozó arbustos y pequeños árboles al caer abatida. La otra fotografía fue realizada en 1948 y mostraba los restos de una serpiente que se introdujo en las instalaciones del Fuerte Abuna, en el territorio de Guaporé, en Ecuador. Para conseguir matarla los militares emplearon una ametralladora que realizó al menos quinientos disparos, un gasto justificado si se tiene en cuenta que al medirla resultó alcanzar los treinta y cinco metros de longitud. Como en el caso anterior,, no se conservaron restos del inmenso ofidio, pues el calor tropical provocó la rápida descomposición del cuerpo.

ENCUENTRO EN EL RIO NEGRO
En vista de todas estas informaciones, el director del Zoológico de Hamburgo estableció un retrato robot del sucuriju o boa gigante que, según sus estimaciones, podría alcanzar una longitud de cuarenta metros y un grosor de ochenta centímetros. Pesaría unas cinco toneladas y, además de sus grandes ojos fosforescentes, destacaría el color de su cuerpo, marrón oscuro, con el vientre blanquecino y moteado. Sin embargo, este colosal ofidio podría no ser el único tipo de serpiente gigante que viviría en la selva amazónica. La anaconda, la reina de las serpientes acuáticas, también podría tener algunos ejemplares descomunales. Uno de los más avezados exploradores de esta región selvática a principios de siglo, el mayor Percy Fawcett, cuenta en sus memorias, Exploration Fawcett, que en la primavera de 1907, mientras navegaba por el Río Negro, apareció frente a ellos la cabeza triangular y buena parte del cuerpo de una anaconda enorme. El animal se dirigió rápidamente hacia la orilla, pero el explorador, que era un hábil cazador, tuvo tiempo de realizar un certero disparo con su fusil. La serpiente llegó agonizante a la orilla del río, donde Fawcett la pudo examinar detenidamente. «El animal se encontraba medio muerto pero su cuerpo aún estaba sacudido por violentos estertores», escribió el explorador, que estimó en catorce metros la parte del animal que se encontraba fuera del agua, mientras que dentro quedarían otros cinco, lo que supone 19 metros de largo. La bestia no era muy gruesa, sólo treinta centímetros, tal vez porque llevase mucho tiempo sin comer. Fawcett dijo también que el animal desprendía un fuerte hedor y que al intentar cortar un trozo de su piel, para llevársela como trofeo, resultó que el animal no estaba muerto todavía y comenzó a convulsionarse más, por lo que desistió de su intento.

EN LAS SELVAS AFRICANAS
La posible existencia de serpientes gigantes no se limita a Sudamérica, aunque de allí provienen las historias de los ejemplares más grandes. También en África, y en menor medida en algunas zonas de Asia como Tailandia, India o Bangladesh, hay testimonios de la existencia de ofidios de un tamaño descomunal. Las crónicas cuentan que en el siglo III a-C- se exhibió en Alejandría, ante el rey Tolomeo II, una serpiente que medía 30 codos de longitud (15 mts). Éste es un tamaño muy superior al del mayor ejemplar de serpiente capturado en África, una pitón de Seba cazada en Costa de Marfil, que midió 9.81 metros, y concuerda con la creencia de muchos pueblos africanos en la existencia de unas serpientes gigantes.

Los Kasái, por ejemplo, la llaman poumina o moma gigante, y son tan temidas que no se levantan aldeas a menos que se encuentren a mucha distancia de las zonas donde se cree que viven. En 1959 se obtuvo una prueba irrefutable de la existencia de estos monstruosos ofidios: una fotografía aérea tomada por los tripulantes de un helicóptero militar.
Ocurrió mientras patrullaban con su aeronave los cielos de la región de Katanga, en lo que era el Congo Belga, actual Zaire, después de partir de la base de Kamina. Cuando se encontraban a unos cien kilómetros del punto de partida, el coronel Gheyseb observó asombrado cómo salía del interior de un tronco lo que parecía una serpiente gigantesca.

Inmediatamente informó al piloto de la nave, el coronel Remy Van Lierde, y decidieron descender hasta los 40 metros. Estos dos militares, junto con el resto de los tripulantes, el paracaidista Debefve y el ayudante mecánico Kindt, pudieron observar durante varios minutos los movimientos del animal en medio de los arbustos de la zona, e incluso vieron cómo levantaba amenazadoramente su terrorífica cabeza hacia el helicóptero, que con su penetrante ruido rompía la tranquilidad de la sabana. Los militares calcularon que el animal, de color entre verdoso y rosado y vientre blanquecino, mediría unos catorce metros de largo, con una anchura similar a la de un hombre. La cabeza triangular y ancha, de unos 80 centímetros, estaba dotada de unas fuertes quijadas que compararon en tamaño con las de un caballo. Todos estaban seguros de que esa bestia hubiese podido devorar a un hombre sin ningún problema. El ayudante mecánico pudo fotografiar al monstruo, obteniendo una imagen de notable calidad que, al ser posteriormente analizada, demostró que su tamaño era el estimado por los testigos, unos catorce metros de largo por medio metro de ancho. Esta fotografía y el testimonio de los militares belgas constituyen una de las pruebas más firmes de la existencia de serpientes mucho mayores de lo admitido hasta ahora. Es posible que sean simplemente ejemplares gigantes de especies conocidas, pero también se podría tratar de supervivientes de especies gigantescas consideradas ya desaparecidas, como las pertenecientes al género Gigantophis, que vivieron en el Eoceno Medio hace 40 millones de años y cuyos restos fosilizados encontrados en Egipto prueban que alcanzaban entre los 16 y los 20 metros de longitud. Sea como fuese, el misterio de las serpientes gigantes permanece oculto en las más intrincadas selvas tropicales y su sola mención basta para sembrar el pánico entre sus habitantes.

ENTRE LAS ARENAS DEL DESIERTO
Camelleros y nómadas cuentan historias espeluznantes sobre unas extrañas y enormes serpientes venenosas que se pueden ocultar detrás de cada duna del desierto. Bajo un sol de justicia, una tarde, en las proximidades de Douz, el autor de este reportaje escuchó relatos sobre unas singulares criaturas a las que los nativos llaman taguerga, que pueden alcanzar los 4,5 metros de longitud y el grosor del muslo de un hombre. Mohamed Charaa, un camellero que había pasado toda su vida en el desierto de Tunicia, le habló de estos monstruos con los que es posible encontrarse, si uno tiene mala «baraka», es decir mala suerte, en determinadas zonas del Gran Sur, justo donde empieza el desierto, y también en unas montañas próximas a Gafsa, población del sur de Túnez. A causa de su tamaño y, sobre todo, por tener fama de extremadamente venenosas, estas extrañas serpientes son muy temidas por los nativos. ¿Tienen alguna relación éstas con la que vieron los soldados romanos en el siglo III a-C-, durante la Primera Guerra Púnica, en este mismo país? Según refirieron historiadores como Tito Livio, Aelius Tuberon o el mismo Séneca, en el año 255 a.C. las legiones romanas establecieron su campamento a orillas del río Bagrada, hoy día llamado Medjerda, donde se encontraron con una enorme serpiente que impedía a los soldados abastecerse de agua. Muchos fueron los legionarios que mató ese monstruoso ofidio, por lo que fue necesario emplear ballestas e incluso catapultas cargadas de pesadas piedras para acabar con él. Según esas crónicas, cuando la serpiente murió inundó los alrededores con el hedor de su cadáver. Su piel fue llevada a Roma como trofeo y permaneció expuesta durante un siglo. Sus restos daban una idea de su enorme tamaño: 120 pies romanos, casi ¡36 metros!

ABATIDA A BALAZOS
Los ejemplares que sobreviven en Túnez hoy no alcanzan tamaña talla, pero un poco más hacia el oeste, en el desierto de Argelia, se vuelven a encontrar indicios de la presencia de unas extrañas serpientes de tamaño gigantesco. En 1959, en la región de Bénoud, los nómadas hablaban de unas enormes serpientes que devoraban a sus cabras y ovejas. Ellos ponían trampas que de vez en cuando conseguían eliminar a algún ejemplar, pero en una ocasión uno de esos monstruos devoró a un camello joven, por lo que decidieron pedir ayuda a una cercana guarnición del ejército francés. Acudió entonces un batallón 26 de Dragones, bajo las ordenes de los capitanes Grassin y Laveau, que se instaló en la cercana población de Beni-Ounif y realizó desde allí varias batidas. Al final dieron con la mayor serpiente que habían visto en su vida. Primero le dispararon con sus mosquetones, pero finalmente tuvieron que recurrir a una ametralladora del tipo 12/7, con la que consiguieron acabar con la bestia. Entonces pudieron comprobar sus enormes dimensiones, nada menos que veinte metros de largo. Además, la extraña y gigantesca serpiente tenía la cabeza adornada con una singular cabellera de metro y medio de largo. Al parecer, se guardó la piel de esta criatura, pero pasado un cierto tiempo se perdió su pista. Sólo un año antes, el argelino Belkhouris Abd el Khader, que servía en el ejército francés en la misma población de Beni-Ounif, afirmó que había sido atacado y mordido por una serpiente gigante que mediría unos trece o catorce metros de longitud y a la que consiguió matar.
Durante una temporada guardó la piel del animal, que fue contemplada por muchos de los vecinos de esa la localidad, pero al final acabó vendiéndola por 45.000 francos de la época, perdiéndose también aquí su pista. A estos dos casos, recogidos por el zoólogo Bernard Heuvelmans en su libro. Los últimos dragones de África, se unen a los testimonios de los nómadas de las regiones argelinas próximas a Abadla, sobre la existencia de una gran serpiente, de unos diez metros como mínimo, que puede saltar y picar a un hombre en la cabeza. Se trataría por lo tanto de un ofidio incluso algo mayor que la gran pitón africana, pero de un aspecto notablemente diferente, pues cuentan que su cabeza está adornada con un penacho de pelos similar al que tienen las víboras cornudas, aunque sería cinco veces más grande que ellas.

CON CUERNOS Y PELO
Unos años después, en 1967, y en la misma región argelina próxima a la frontera con Marruecos, los trabajadores que reformaban la presa del barranco de Djor-Torba tuvieron varios encuentros con unas extrañas serpientes gigantes. A principios de ese año, el conductor de la excavadora, Hamza Rhamani, vio en varias ocasiones una serpiente de seis o siete metros, e incluso contempló cómo se comía la grasa del depósito de la obra. El día 7 de enero, ese operario, junto a otros dos trabajadores, uno español y otro francés, vieron cómo aparecía una enorme serpiente entre los bloques de la obra. La bestia no tuvo mucha suerte en esta ocasión, pues el argelino, utilizando su excavadora, consiguió matarla.

Cuando terminó su agonía, que se prolongó durante unos 25 minutos, pudieron observarla con atención. Medía 9,2 metros y era de color marrón oscuro, con el vientre blanquecino. Su cabeza, puntiaguda, tenía una especie de crin de unos diez centímetros de largo por otros tantos de alto. Sus ojos eran marrones, y se podían ver sus colmillos, de unos seis centímetros de largo. La piel de esa criatura la guardó el adjunto a la dirección de la obra, quien aseguró que en esa zona no eran raras las serpientes de 11 ó 12 metros de longitud. Ese mismo año, otro trabajador afirmó haber visto a una serpiente de unos diez metros y medio, de color amarillo pardo, con marcas negras y vientre claro, que tenía en su cabeza una especie de cuernos torcidos hacia delante.

En esa misma obra, dos años después, se volvió a ver una serpiente de entre doce y quince metros. ¿A qué tipo de especies pueden corresponder todas estas descripciones? Su coloración, los cuernos o penachos en su cabeza y su fama de venenosas concuerda con el de las víboras, pero la mayor víbora conocida, la del Gabón, no llega a los dos metros de longitud. Por tanto, todos estos testimonios retratarían a una especie de víbora al menos cuatro o cinco veces más grande. ¿Puede existir una serpiente venenosa de un tamaño incluso superior al de una pitón? Sobre nuestro planeta ya han vivido serpientes venenosas gigantes, como una de 18 metros, dotada con un gancho venenoso del tamaño de la garra de un tigre, que vivió en Sudamérica durante el Pleistoceno. Quizá los asombrosos ofidios que todavía hoy aterrorizan a las poblaciones de numerosas zonas del planeta sean una especie desconocida de víbora gigante especialmente adaptada a los ambientes áridos.

Sea como fuere, si uno se encuentra en los lugares donde han sido vistos estos monstruos, es mejor que abra bien los ojos y no piense que son fantasías los relatos que hablan de su existencia. En ello le va la vida.




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