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Luis Arturo Hernández

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CRÓNICAS Y LEYENDAS
es una publicación del Colectivo Memoria y Vida Cotidiana, A.C.
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A r t h u r B o y  

DOÑA PACHITA, LA DEL CUARTO

Foja #3 (tres)
Y tan se olvidaba de las cosas que se ponía a hablar con los recuerdos de su marido, el difunto señor Pascual. ¿Cómo te fue en el trabajo, Pascualito? Claro que te comprendo, es cansado ¡pero qué remedio, hijo! Hazlo por los muchachos que están en la escuela. Sin embargo, a las vecinas no les caía nada en gracia esa manía de doña Pachita, porque decían que a lo mejor don Pascualito de verdad se le aparecía como llegando del trabajo, con su portafolios de empleado de la SEP. Ya te he dicho que no llegues tan tarde, Pascual: mira que hay mucha gente desalmada por la ciudad. ¡Y con lo desmemoriado que eres!
Los hijos de doña Pachita, La Tilica, La Pambazo y El Chilaquil, como los conocían en la vecindad, pasaban meses sin que ninguno la visitara, al menos que fuera para pedirle dinero prestado de la raquítica pensión que recibía y que le alcanzaba para hacer una cazuela de sopa de fideo y otra de caldo de pollo.
Cuando murió, la mayoría de las vecinas la lloraron de verdad; la Maribel y la Pilarica también. Los hijos se presentaron a la carrera para comprarle una caja de madera y recibir con cara de consternación las condolencias; rompían en llanto y se columpiaban en hombros de las vecinas, pero después del sepelio cargaron con el camastro de latón dorado, la mesita de centro, una silla mecedora que valía más -por lo antiguo- y dejaron las fotografías sobre la pared, el portafolios de don Pascualito y unos anteojos redondos con aumento con los que las cosas y las personas crecían desmesuradamente. Según algunas vecinas. La Pambazo y El Chilaquil dieron con los ahorros que doña Pachita tenía anudados en un paliacate.
Doña Pachita se aparecía en la vecindad a pesar de que se la había rezado su novenario por cuenta de los vecinos y frente a la puerta clausurada de la vivienda alguien colocó un moño negro y una cruz de palma bendita. En la noche y en el día se escuchaban sus pasos en la duela del piso de la vivienda y la oíamos barrer el patio como cuando ella vivia. ¡Es doña Pachita otra vez!, se persignaban los vecinos y se metían bajo las cobijas por el miedo a que fuera por ellos para jalarlos de las patas.




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